Las personas del verano es un proyecto de La Imprenta para Organizando la Esperanza que consta de cuatro cartas semanales y está escrito por Miguel Ángel Vázquez desde las propuestas y las iluminaciones de Inés Rigal y las evocaciones fotográficas de Elena Campos Cea.
Te has escapado a ver la lluvia de estrellas de agosto pero lo que realmente te fascina es ver tantas estrellas de golpe. Un verano más, mientras buscas las Perseidas y piensas algún deseo, caes en la cuenta de la cantidad inmensa de estrellas que hay en el cielo nocturno. Te vuelves a asombrar de localizar la Vía Láctea a simple vista, como si fuera un milagro. Todas esas lucecitas celestes, claro, también están en la ciudad en la que vives pero apenas se ven un par. Y eso cuando te detienes a mirar hacia arriba entre los edificios, los escaparates y la prisa por llegar a casa.
Cada vez más estudios demuestran que ver estrellas en el cielo nocturno es un indicador de felicidad. Nuestras sociedades urbanas han avanzado en apenas cien años mucho más rápido de lo que ha evolucionado el mamífero que somos y, al mirar el cielo, entre tanta contaminación lumínica, las echa de menos, su instinto se revuelve y le genera un estrés tan imperceptible como real. Nos lo genera. A diario.
Por eso quizá en verano nos encontramos de pronto más relajados, más a gusto con nosotros mismos, con menor sensación de alerta constante. No es solo el descanso -ese alargar el tiempo del que hablamos en la carta anterior- es hacer caso al mamífero que somos. Las personas del verano conectan con la naturaleza.
No es algo que hagamos siempre de manera consciente, pero sin duda pasa. Quizá, de hecho, si ahora nos preguntasen no diríamos que nuestras vacaciones son vacaciones “de naturaleza”, pero no hace falta ir de camping para que lo sean. Hagamos un repaso.
Dejarnos flotar en el agua, que el sol acaricie nuestros cuerpos crudos, caminar descalzos. La textura de la arena, de la hierba, de la madera, de la sal. Las plantas que acarician nuestros gemelos desnudos. El sonido de las chicharras, de los grillos, de las olas. La calma de contemplar horizontes sin más búsqueda, admirar paisajes inesperados, sacar la cabeza de la pantalla. Mover el cuerpo paseando, jugando, escalando, nadando. Llevar menos ropa, hacer más rutas. Ser conscientes de la luz, buscar las puestas de sol y las lunas. Ensuciarnos sin culpa, pincharnos al coger moras, comer algo directamente de una planta.
Pero también.
Acariciarnos más, buscar el contacto físico con los nuestros, encontrarlo. Redescubrir nuestra sensualidad, ser un poco más salvajes y un poco más manada, ser un poco más cuerpo. Comer más fresco, sentirnos más sanos. Repensar nuestra escala, disfrutar de sentirnos pequeños en medio de la inmensidad de una montaña, que la vulnerabilidad sepa a aventura y no a miedo, reconocer que el mamífero que somos es blando y necesita cuidados y redes conectadas.
Definitivamente las personas del verano están profundamente relacionadas con la naturaleza aún cuando no sean siempre conscientes de ello. Porque las personas del verano, esas que somos en verano y que pretendemos a lo largo de estas cuatro cartas que nos duren todo el año, de algún modo saben que la naturaleza no es algo que esté fuera de nosotros sino que somos nosotros la naturaleza. Estar en la naturaleza no es ir al campo -que también y está muy bien-, es estar en nosotros mismos y actuar en consecuencia, ser conscientes de aquello de lo que formamos parte.
Serían una buena vanguardia las personas del verano de la idea de que no se trata de salvar el planeta, sino de salvarnos con él.
Por eso tienen poco que ver las personas del verano de las que aquí hablamos con el turista fuera de control. Es otra cosa. No disfruta de la naturaleza el que masifica unas pozas escondidas y deja todo a su paso lleno de basura, ruido y destrozo, el que se deja llevar a golpe de trend para arrasar una playa por unos likes, el que trata lo que es de todos como una propiedad privada a la que se puede maltratar. Eso, permitidnos la expresión, son turistrash. Las personas del verano están en su naturaleza, la disfrutan y aprenden a descubrir el valor que eso tiene.
¿Cuál es tu experiencia más hermosa con la naturaleza? ¿Tienes recuerdos profundos asociados a la luz, al mar, a la montaña? Si tienes peques, ¿cómo hablas de ella cuando se la enseñas, cuando les descubres la inmensidad azul del océano, cuando te los llevas a pasear al campo? Sería genial que ahora mismo pudieras traer a este momento ese recuerdo o qué pienses en el gustito que te da estar tirado en una playa al solete o que recuerdes el olor de la tierra en tu pueblo. ¿Lo tienes? Entonces, ¿cómo hacemos para estirar esta sensación tan placentera cuando llegue septiembre? ¿Crees que podrías intentar ser un poco más consciente de tu relación con la naturaleza y con tu cuerpo cuando termine el verano?
Quizá así, si alargásemos a estas personas que somos en verano y que se descubren naturaleza y mamíferas, sería mucho más sencillo seducir a otras personas acerca de lo importante (lo urgente, lo imprescindible) que es proteger el medio ambiente y entrar en acción por el clima. Serían una buena vanguardia las personas del verano de la idea de que no se trata de salvar el planeta, sino de salvarnos con él. Proteger no un concepto, no un mensaje intelectualizado, sino algo que amamos, que disfrutamos y que somos.
Ser personas del verano más allá del verano no solo porque nos haga sentir mejores, sino porque puede ser una solución para hacer mejor el mundo.
Me ha encantado la carta, me he sentido identificado. Para mí ha sido de lo mejor del verano, poder ver las estrellas desde los pirineos, me he quedado contemplándolas bastante rato. Y la inmensidad de la montaña, y el olor del mar, cuidemos esto entre todos